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Por: Julio César Caicedo Cano.

Los hombres traían sus naturas metidas en unos caracoles de la mar, de muchas colores, muy bien hechos, y con unos cordones asidos del caracol, que se ataban por los lomos: con estos podían correr y andar muy sueltos, sin que por ninguna vía se les pareciese cosa alguna de su natura, salvo los genetivos que éstos no cabían en el caracol. (Andagoya, 2013, p.193)

Andagoya, explorador español, dejó registro de lo que encontraba a su paso en sus escritos.  Alrededor de los 1500, el Darién, que hoy ondea las banderas de Colombia y Panamá, fue ocupado por diversos grupos indígenas como Los Cueva,  conocidos por su lengua, su organización jerárquica y su población, que se estima alrededor de 220.000 personas antes de la llegada de los españoles. (Mena García, 2012).

Un chui, como se les llamaba a los hombres en lengua Cueva, se bañaba hasta tres o cuatro veces al día, era experto nadador, diestro en la labor de la pesquería y eficiente en la agricultura. Le parecía innecesario cualquier tipo de prenda más allá que un caracol, un trapo o en el mejor de los casos una pieza de oro para cubrirse, no por vergüenza sino por comodidad. Oviedo (1853), uno de los cronistas de indias más famoso, describe en su relato que: “Estos indios de Tierra-Firme son de la misma estatura y color que los de las islas, y si alguna diferencia hay es antes declinando a mayores que no a menores” (p, 126), comparándolos con indígenas de la Isla Española, que hoy comparten haitianos y dominicanos. La mayoría de ellos no tenían barba ni bigote, y aunque en diversos textos los españoles los describen como ‘belicosos’, en algunos relatos se evidencia cordialidad en sus tratos con los extranjeros, a quienes algunos caciques invitaban a banquetes, e incluso ofrecían a sus hijas como muestra de amistad. (Como se cita en Beluche, 2013) 

A diferencia de otros grupos de la región como los Birú y los Caribe, Los Cueva estaban organizados en cacicazgos bien definidos, donde lo hombres ocupaban las posiciones de poder. El cacique principal de una provincia se le decía ‘saco’ y los menores eran ‘quevi’, ‘tiba ’o ‘Jura’, todos subordinados del primero. También había familias privilegiadas por su linaje, conocidos como ‘piraraylos’, que podrían convertirse en ‘cabras’ por su osadía guerrera, obteniendo poder sobre sus territorios. (Coloane, 2012)

Bajo el ojo español, los hombres eran protagonistas de la mayoría de posiciones de poder, y las mujeres estaban sujetas al protagonismo de sus esposos, como registró Oviedo (1853) “Los caciques y señores que son de esta gente tienen y toman cuantas mujeres quieren, y si las pueden haber que les contenten y bien dispuestas, siendo mujeres de linaje, hijas de hombres principales de su nación y lengua” (p, 120). El poder masculino se heredaba a los primogénitos varones y solo a falta de ellos una  mujer asumía como heredera, pero solo durante una generación, ya que si la mujer no tenía hijos varones, su poder era heredado por sus sobrinos. (Oviedo, 1853, p.120)

Incluso hasta después de la muerte los líderes Cueva ejercían su poder, pues según los escritos de Andagoya (2013) al referirse a las mujeres de los caciques: “De su propia voluntad se enterraban con el marido, diciendo que iban con él á le servir; y esto había muchas que lo rehusaban, y si el señor las señalaba, aunque no quisiesen, habían de morir” (p.198).

Pintura, tambores y cantos para la guerra

Lejos de lo que la tradición occidental indica, la guerra era para Los Cueva un escenario performático donde se enfrentaban no solo los ejércitos, sino la cultura y la idiosincrasia de una provincia o cacicazgo. Antes de la guerra, que generalmente eran disputas territoriales,  sabios conocidos como ‘tequinas’ realizaban ceremonias en las que se reunía la comunidad entre cantos, luego, todos los hombres del pueblo caminaban hacia el combate, excepto el cacique, cuya autoridad le otorgaba tiquete para viajar en hamaca, sostenido por sus súbditos. (Coloane, 2012)

Los hombres se pintaban de rojo y de negro con plantas nativas  como el achiote (bija) y la jagua, quizás para confundir e intimidar a los del frente, pero también a manera de ritual. Algunos de ellos, los de más alto rango, vestían penachos y collares de oro. Era su manera de preparar el cuerpo para el encuentro con la muerte o la reafirmación de la vida. 

“Para pelear o para ser gentiles hombres píntanse con jangua, que es un árbol de que adelante se dirá, de que hacen una tinta negra, y con bija, que es una cosa colorada (…) páranse muy feos y de diferentes pinturas la cara y todas las partes que quieren de sus personas” (Oviedo, 1853, p.124).

Las tropas se  arrojaban a sus enemigos al ritmo de tambores y caracoles, que se confundían con el sonido de macanas, tiraderas y mazos:

Las armas de guerra eran la macana, un palo de madera dura; la tiradera que era parecida a un bastón para lanzar dardos que silban y causan miedo y untadas con heces o veneno. Las lanzas de madera las arrojaban con fuerza y tenían hasta seis metros de largo. Luego, de la llegada de los españoles con sus caballos, empezaron a clavarlas en la tierra en forma de empalizadas para contener su avance. El mazo, hecho de madera dura, con una piedra en su extremo, era el arma utilizada en el combate cuerpo a cuerpo. (Coloane, 2012, p.29)

El pueblo de Acla, fundado por el gobernador español Pedrarias en 1515 es muestra de lo sanguinarias que podían ser las batallas. Se fundó en el mismo lugar donde años atrás se había dado una batalla que dejó  el campo lleno de huesos humanos. El paisaje encontrado por los españoles fue lo que le dio nombre al pueblo, ya que ‘Acla’ significa ‘Hueso’ en lengua cueva. (Coloane, 2012)

Poligamia y homosexualidad

Fue mucho el asombro de los extranjeros cuando descubrieron las costumbres de los Cueva en materia de amores. Lejos de la tradición cristiana, los nativos ejercían su sexualidad con en la poligamia, donde los hombres eran los privilegiados al tener múltiples parejas: 

Tenían matrimonio que tomaban una mujer, con la cual se hacía fiesta el día de su casamiento, que se juntaban todos los parientes de ella, y ésta había de ser de las principales de la tierra, y hacían gran convite de beber, y los padres la traían y la entregaban al señor ó al que había de ser su marido; y los hijos desta eran los que heredaban el señorío ó la casa. Tomaban otras muchas mujeres los señores sin esta ceremonia, que residían y estaban con la mujer principal, la cual por ninguna manera las había de pedir celos ni tratar mal  (Andagoya, 2013, p.195).

También se afirma que “la sodomía tenían por mala, y vituperaban al que en ella tocaba”  (Andagoya, 2013, p.195). Sin embargo, otros cronistas describen este tipo de prácticas dentro de las comunidades como algo habitual: como en este caso en el que se relatan los amoríos de un cacique  llamado Pacra: 

Y todos los indios é indias deste cacique confesaron que se echaba con tres ó quatro mugeres que tenía, é que usaba con ellas extra vas debíutm, contra natura; y que quando fué mozo , en la juventud usaba lo mismo con indios machos. Este pecado es muy usado en algunas partes de la Tierra-Firme” (Oviedo, 1853, p.18).

En esas tierras, los hombres homosexuales eran conocidos como ‘camayoas’, los cuales en algunos casos asumían roles femeninos en cuanto a vestimenta, costumbres y quehaceres, como lo describe:

Hay assimesmo en esta provincia de Cueva sodomitas abominables, é tienen muchachos con quien usan aquel nefando delicto, é tráenlos con naguas ó en hábito de mugeres: é sírvease de los tales en todas las cosas y exercicios que hacen las mugeres, assi en hilar como en barrer la casa y en todo lo demás; y estos no son despreciados ni maltractados por ello, ó llámase el paciente camayoa.(…) Estos bellacos pacientes, assi corno incurren en esta culpa, se ponen sartales y puñetes de qüentas é otras cosas que por arreo usan las mugeres, é no se ocupan en el uso de las armas, ni hacen cosa que los hombres exerciten, sino como es dicho en las cosas feminiles de las mugeres (Oviedo, 1853, p.134).  

La sexualidad en los Cueva gozaba de la libertad que negaba la vergüenza cristiana, que censuraba las prácticas típicas dentro de las comunidades Cueva del Darién. Aparentemente, la homosexualidad era vista con naturalidad y podría pensarse incluso era una demostración de poder, ya que son varios los relatos de caciques que tenían relaciones sexuales y que tenían como pareja “camayoas”. Oviedo, en su viaje a la provincia de Caroca describió como en los aposentos del cacique de ese lugar, de nombre Torecha, encontraron a uno de sus hermanos vestido de mujer: “vestido como müger, con naguas, y usaba como muger, con los hombres, y otros dos indios de la mesma manera, que usaban como mugeres y assi con naguas: y los tenía el cacique por mancebas” (Oviedo, 1853, p.20). El extranjero afirma que esta era una práctica común en los caciques de esa región, que podían tener hasta 20 camayoas a su servicio. 

La organización social propia de la cultura cueva obligaba a los hombres a cumplir con jerarquías y roles bien marcados dentro de la sociedad. Estaban encargados, al igual que las mujeres, de labores de sostenimiento individual, familiar, y social, pero tenían mayores privilegios en el ámbito político, económico y sexual. Ser un hombre del Darién significaba servir a su comunidad o a su cacique en la guerra y pese a la ligereza de su ropa, era en este escenario donde los hombres se vestían y se arreglaban, ejerciendo su vanidad como una muestra de poder ante la amenaza. Pese la bravura de su carácter, los relatos hablan también de hombres amables y negociantes que recibían a extranjeros con cordialidad en busca de alianzas, o por simple diplomacia, pero también de sanguinarias batallas entre tribus hermanas que dejaban el suelo lleno de cráneos. Los relatos hablan de un grupo indígena lleno de matices que también se expresaron en la sexualidad y los roles de género, contrastes que perecieron ante un poder monocromático que los avasalló y luego los extinguió.    

Referencias
Andagoya, P. d. (2013). IX.—Relación de los sucesos de Pedrarias Dávila, en las provincias de Tierra-firme. En J. T. Medina, Decubrimiento del Océano Pacífico (pág. 193). Santiago : Universidad de Chile.
Beluche, O. (2013). El mundo que “desubrieron” los conquistadores en el Istmo de Panamá. Revista Cultural Lotería, 10.
Coloane, R. (2014 de Mayo de 2012). (ravesía Panameña: Ha llegado la hora de contar nuestra historia. Ciudad de Panamá, Panamá.
Mena García, C. (2012). Los inicios de la esclavitud indígena en el Darién y la desaparición de los “Cuevas”. América, 1-2.
Oviedo, G. F. (1853). De las costumbres é maneras de vivir viciosas de los indios de la provincia de Cueva. Madrid: Real Acdemia de la historia.