
Por: Estefanía Aguirre
Mi papá siempre me ha dicho: “respete para que la respeten”. En las clases de periodismo nos decían frecuentemente: “Hay que ponerse en los zapatos del otro”. Y es frecuente escuchar por ahí: “No hagas lo que no quieres que te hagan”. Como si los dolores, molestia e injusticias solo fueran importante si me atraviesan o me rosan.
Empatía le dicen a la capacidad de identificarse con emociones ajenas, para después ayudar o al menos comprender. Pero entonces, si no me identifico, si no me toca, si no es probable que me pase, ¿no importa? ¿Damos la moneda al necesitado porque realmente queremos ayudar o porque tememos en algún momento estar en esa situación, o simplemente porque queremos que se vaya?
Ayudar a los demás no debería ser un acto que nazca del miedo o del esperar algo a cambio. ¿Cómo sería el mundo si ayudáramos sin esperar la salvación eterna como recompensa? Me pregunto si las iglesias se llenan por un amor genuino a Dios o si es por miedo al infierno.
Un amigo que ya tiene el pelo gris y que ha caminado todas las laderas y el centro de esta ciudad, dice que las fundaciones de los ricos apoyan a jóvenes para que no nos roben o no nos maten. Se diría entonces que cada quien busca suplir sus necesidades fundamentales con los conocimientos que se tiene. Por un lado, con violencia, quizás porque desde pequeños han estado rodeados de ella. Y del otro lado, quienes buscan protección, con dinero porque les han enseñado que ese es el medio para todo.
Ese “hoy por ti, mañana por mi” es un instinto de supervivencia ante la precariedad económica, pero se nos ha vuelto costumbre y pasó también a otros espacios. Por mi parte, muchas veces me es difícil aceptar que me ayuden cuando lo necesito, es como si se fuera a cumplir el dicho: “le va a vender el alma al diablo”. Si el mundo está tejido de favores por miedos, recompensas y egoísmos, el hilo algún día se acabará, ¿no será entonces mejor ayudar para cuidar? Porque es lo correcto, ayudar porque sí. Lo que se espera al ayudar no debería ser la promesa de la vida eterna, sino simplemente que el otro estará bien.