
Por: Juan Gabriel Gil
El concierto de System of a Down, el pasado 24 de abril, fue una amalgama de preceptos emocionales, perspectivas musicales y cercanías políticas entre los presentes. Fue un manifiesto sonoro, expresado con la potencia de las guitarras, la batería y la voz, un llamado en contra de las injusticias.
Ante la posibilidad siempre latente del único y último concierto, el espectáculo vivido en el estadio El Campin fue una descarga de energía, un despliegue de significado y un descargo ante las tensiones que trae consigo la vida. La noche comenzó con la propuesta refrescante de la banda brasileña Ego Kill Talent, después y alrededor de las 9:00 pm, System of a Down entró a escena con un juego de luces y una especie de manifiesto que dio entrada a un show inolvidable.
Lo que vino después, transciende mi capacidad cronológica, porque el tiempo, en ese lapso, pareció carecer de sentido. Solo sé que prosiguieron una seguidilla de canciones, que entre otros temas, abordan el peso de la existencia en Chop Suey, la burla de Cigaro, la crítica solapada a los materiales mediatizados de Violent Pornography y la denuncia de las injusticias expresadas en la represión de B.Y.O.B.. Señalaron a Hollywood como vanguardia de la cultura estadounidense en Toxicity y, tal como lo expresaron a lo largo del concierto, señalaron al irreconocido genocidio armenio.
En medio del concierto, el guitarrista Daron Malakian dijo que no se consideran políticos en el estricto sentido. Sin embargo, considero eso no les quita lo político a sus letras, que trascienden a lo que puede expresar en la ya restrictiva industria musical. Siendo melodías compuestas ya hace décadas, en su mayoría, parecen no deslucir ante el presente del mundo: “Los sonares dialécticos enfatizan el carácter transhistórico del significado musical, también permiten articular diálogos en los que ciertas prácticas significantes del futuro pueden informar prácticas significantes del pasado” dice Alejandro Madrid en la Revista Argentina de Musicología.
La música bajo este concepto (y, por supuesto, este concierto no es la excepción) tiene la posibilidad de ser una evocación que trasciende un determinado contexto y que se expresa, ya no solo en el contenido que una canción tiene, sea de manera explícita o implícita. Diez años después, pudo verse en el rostro de emoción, en las lágrimas y en los gritos, movimientos y momentos incluso de amor de los asistentes.